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Pasto

 

En este taller tuvimos la oportunidad de generar un encuentro local entre artistas emergentes, diseñadores, arquitectos, pedagogos y demás interesados en el arte, que reveló el maravilloso mundo que rodea a los habitantes de Pasto y terminó por crear unos vínculos de gran significado entre todos los participantes. Convocados a hacer parte de un laboratorio creativo y reflexivo a partir de la obra de Pedro Ruiz, los asistentes llegaron con grandes expectativas para enriquecer su trabajo artístico y salieron no solo con una serie de obras fascinantes, sino con una experiencia que atesorarán en sus corazones. Desde un comienzo el taller se planteó como un juego y un diálogo, que buscaba descubrir la persona espontánea y sensible que había dentro de cada quien, así como una manera de compartir conocimientos, recuerdos y sensaciones. Por esto, se empezó por una presentación del grupo en la que cada participante conocía a otra persona en una conversación informal, en la que se indagaban intereses, quehaceres, historias de vida, y luego la presentaba a los demás. De esta forma, se generó una mayor empatía en el grupo que no hubiera logrado una presentación formal y concisa.

 

En seguida se habló de la importancia de los sentidos en la creación, y se hizo énfasis en el sentido del olfato por ser el que más se conecta con la memoria y con los recuerdos que muchas veces se pierden en nuestra rutina y en los ritmos que exige nuestra vida moderna. Por esto, era necesario que cada quién realizara un viaje introspectivo a través de sus recuerdos que sería estimulado por una serie de olores particulares. Pero, antes de esto, se hizo una lluvia de ideas únicamente a partir de la palabra olor. Así, descubrimos que en esta ciudad existe un olor a volcán que todos reconocen cuando su eterno acompañante, El Galeras, comienza a manifestarse. Para ellos, la relación con el volcán se entiende desde distintas dimensiones, no solo es un elemento que representa constante peligro, sino también una fuerza que configura la identidad misma de los pastusos. Juan Carlos, uno de los artistas, mencionó que la personalidad pastusa es de carácter volcánico porque la sociedad que se muestra en principio pasmado y tranquilo, como El Galeras, puede manifestar episodios sorpresivos de explosión y descarga, como sucede en los tiempos del  Carnaval de Negros y Blancos. Por esto, la presencia del volcán y su olor se han convertido en una fuente constante de significados para la realización del juego, del humor, de la poesía y la creación, a la cual todos se han habituado. Pero el olor a azufre no es el único que se ha acomodado en la cotidianidad de los pastusos, así mismo lo han hecho el olor de los hervidos de frutas y chapil, un licor artesanal, o el de los tradicionales quimbolitos, pasteles a base de harina de maíz. Estos olores remiten así a una diversidad de sabores, pero también a sensaciones particulares -de peligro en este caso- e incluso a personas cercanas.

 

Los olores que se trabajaron en el ejercicio y que hacen parte de una forma u otra de nuestra cultura – la hierbabuena, el cilantro, la tierra mojada, la panela, la guayaba, el café, el coco, el eucalipto, el cacao, y el mango- revivieron distintas experiencias y trajeron a ese instante familiares y amigos. A Dulce, la tierra mojada le recordó la vez que sus amigos le prepararon una sorpresa de cumpleaños en un bosque y terminaron jugando con esta. A Juli, el olor a eucalipto le recordaba a su madre y el olor a mango a su padre quien la llevaba a Chachagüi a pasar el día en una piscina rodeada de árboles de mango - así descubrimos que los pastusos también tienen su propia tierra caliente-. A Bibiana, el olor a guayaba le hizo recordar su infancia porque cuando niña jugaba con sus amigos a subir a los árboles de guayaba que se pueden encontrar cerca de la ciudad. Así mismo, a través de un juego de adivinanzas, se pretendía rescatar los conocimientos o saberes más propios que estuvieran relacionados con los recursos de nuestro territorio. Aquí, Juli nos compartió que en su casa preparaban huevos con hojas de hierbabuena para el mareo y las náuseas; y Juan Carlos que los chamanes del valle del Sibundoy le atribuyen al mango propiedades medicinales y curativas.                     

El siguiente ejercicio consistía en crear un cuento colectivo, en el que cada participante aportara un elemento a partir de una ilustración sobre los olores seleccionados, la cual solo podría ver cuando fuera su turno de narrar. Y, al mismo tiempo que el cuento se construía, se debía configurar una red con una madeja que conectara, uno por uno, a quienes intervenían en la historia. El cuento, cuyo tema principal debía ser “la ida”, despertó la imaginación de los participantes con el ánimo de que volvieran a sentirse niños, y lo hicieran de forma espontánea, sin la posibilidad de calcular demasiado sus pensamientos. Así tuvieron vida gigantes, semillas con poderes, brújulas guías, reinas, y brujas. Pero, sin duda, el ejercicio resaltó una habilidad aún más poderosa, la de poder tejer distintos esfuerzos en miras a un mismo objetivo. En este sentido, la red que configuró la madeja hizo visible la necesidad de crear tejidos entre las personas para la construcción de sus ilusiones, sueños y proyectos; y en este caso una comunidad de artistas emergentes logró verse como parte de un mismo propósito y un mismo tejido. Su propósito es la búsqueda de visibilización y espacios para los distintos artistas plásticos y visuales en Pasto, quienes también hacen parte de procesos particulares de creación y reflexión. Desde hace un año, el colectivo que convocó el taller, viene trabajando en proyectos de pedagogía artística para niños y jóvenes de la región, en los que se hace énfasis en nuestra relación actual con la naturaleza, el agua, y los animales. En este sentido, el ejercicio hizo conscientes a los artistas de los que está pasando con ellos, así como de los caminos y sueños que pueden emprender uniendo sus voces y sus creaciones.      

  

Con esto en mente, se empezó el ejercicio propiamente artístico pidiéndole a cada uno que pensara en las ideas o sensaciones que venían a sus mentes a propósito de la ida. En sus bocetos quedaron así constatadas las diferentes reflexiones que cada uno puede suscitar a partir de un mismo tema. La idea era que ninguno pusiera un titulo a su propia obra pero sí en todas las demás. De esta forma, se continuó elaborando el tejido antes empezado, a través de la búsqueda colectiva de significados y efectos que los trabajos suscitaran, de tal forma que se generara un ejercicio de retroalimentación entre todos los participantes. Muchos de los trabajos continuaron el proceso introspectivo del taller mostrando la ida en la canoa como una forma de meditación o de viaje hacia el interior de uno mismo. Otros resaltaron la sensación ambigua que produce el desplazamiento, al llevarse a cuestas la carga de la memoria y al mismo tiempo perseguir nuevos sueños y experiencias. Pero, para casi todos, la actividad de inventar el título de las demás obras simbolizó el dialogo que implica todo trabajo creativo y su potencial interpretativo. Al final del día se les pidió a todos que así como se habían detenido en cada olor para rescatar sus recuerdos, se detuvieran en sus casas o barrios para observar las cosas que más emociones les brindaran y que quisieran mantener en su memoria, para así traerlas al día siguiente en físico o dibujadas en el diario.

 

De esta forma, el segundo día se empezó a trabajar la obra final, a partir de los elementos que se hubieran descubiertos en las casas o contextos de cada persona. El ejercicio reveló cómo cada uno de nosotros le otorga valor al universo y territorio que lo rodea a partir de relaciones expresamente afectivas y emocionales. Así vimos que Juli trajo consigo una muñeca de trapo que le regalo su padre a los tres años; José nos mostró una mesa antigua, con olor a aceite de coco, que su familia ha atesorado por varías generaciones; y Karen un anillo que su padre le entregó cuando cumplió sus quince años. Mientras que las obras, nos enseñaron la belleza que ve Juana en la arquitectura de las iglesias de Pasto; la felicidad que ve Bibiana en el juego tradicional de la chaza; y el león dormido que ve Robinson en esa inmensa montaña, todos los días cuando mira al occidente a través de su ventana.                           

Por último se visitó la exposición de Oro, con la peculiaridad de haber sido acompañada esta vez por la obra final de cada uno de los participantes. La exposición en conjunto, tuvo un efecto emocional en cada uno de ellos, pues generó la sensación de que cada uno de los elementos que se resaltan les pertenece, de que existe una comunidad que está de distintas formas conectada con mares, selvas, ríos y páramos. Se entendió al final, que el propósito del taller era poder hablar con el corazón hacia el corazón del cada uno, como lo expresó acertadamente Diana. Y, en medio esa apertura de parte y parte, se creó el lazo más grande de todos: el compromiso que adquirieron el colectivo y los demás participantes de replicar la experiencia reflexiva de Oro Vital en las distintas comunidades con las que trabajan. Por esto, el taller se convirtió en una pequeña semilla sembrada en el epicentro de este lejano territorio, que con la protección de estas nuevas manos gestoras, crecerá para seguir rescatando el oro de esta maravillosa región.           

Taller de Pasto

Lugar: Banco de la República de Pasto

 

Octubre 2 a 3 de 2015.

 

 

Este taller fue realizado gracias a la Organización de Estados Iberoamericanos - OEI.

Con el apoyo del Fondo Mixto de Cultura de Nariño

 

 

Visita a la exposición

 

Los participantes

 

El taller
 
Conducido por Laura Misrachi
Asistente: Catherine Reina
Fotografías: Edwin Portillo

 

Ejercicios

 

Este taller fue realizado gracias a la Organización de Estados Iberoamericanos - OEI.

Con el apoyo del Fondo Mixto de Cultura de Nariño.

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