Taller Vereda La Requilina, Usme
Agosto 7, 8, 16 y 17 de 2015, Bogota D.C
Con el apoyo de la Organización de Estados Iberoamericanos - OEI
Vereda La Requilina
En el extremo sur de la ciudad, en una rincón de la localidad de Usme se encuentra La Requilina, un vereda donde sus habitantes le apuestan a la vida rural y la conservación de las tradiciones del campo.
“Donde hay niños, existe la Edad de Oro” dice el poeta romántico Novalis. Pero, si son niños que habitan en el campo, ese Oro brillará con una intensidad particular. Durante los días del taller ORO VITAL, los niños y jóvenes de la vereda La Requilina y El Uval, ubicada en la zona rural de Usme, nos compartieron su vitalidad, sus recuerdos y su más espontáneo conocimiento. A través del juego, la risa, y un viaje por los sentidos se buscaba descubrir qué había en el corazón de cada niño, qué cosas marcaban sus experiencias y alimentaban sus deseos.
Al parecer, los jóvenes -quienes conocen de cerca la lucha que han emprendido sus padres y madres para conservar sus formas de vida en el campo y frenar la expansión de una ciudad que amenaza con absórbelos- lo tenían claro desde un principio. Ellos se sienten orgullosos de su identidad campesina; de vivir en las casas rurales que han construido sus familias y no en las urbanizaciones masivas que diseña el distrito; pero sobretodo de haber aprendido de sus padres cómo cultivar la tierra, sin químicos, ni fungicidas. Tanto es así, que ellos mismos se ofrecieron a representarnos la música con la que se identifican: la carranga. Pero, sin duda fue dentro del transcurso del taller y de la apreciación de la obra, que salió a la luz todo lo que los niños tenían para hablar de su mundo.
En un primer ejercicio, se trabajó el sentido del olfato. Los niños olían cajas que contenían olores familiares como hierbabuena, eucalipto, cacao, mango, guayaba, banano, pan o tierra mojada, y debían encontrar su imagen correspondiente. De esta forma, se buscaba rescatar todos los recuerdos que podían traer los olores y sus imágenes. Muchos de ellos conectaron los olores directamente con sus abuelos o abuelas, quienes se encargan de prepararles chocolate caliente, aromáticas o remedios caseros con hierbas. Otros con las fincas de sus familiares que visitan cuando van al llano o a un lugar de tierra caliente y los reciben con montones de mangos y bananos. A Luisa de 20 años, por ejemplo, la tierra mojada le hizo volver a sentir el amor con que su padre le enseñaba a cultivar la papa, desde que ella era una niña. Así, descubrimos que no en vano Usme significa en chibcha “nido de amor”.
En un segundo ejercicio, se dividió el taller en tres grupos y se le pidió a cada uno que buscara objetos de la naturaleza, objetos comestibles y objetos útiles respectivamente, para luego instalarlos en una mesa a su gusto. Se trataba del primer momento en el que los participantes se enfrentaban a crear algo con sus propios recursos. El resultado fue sorprendente. Una de las mesas creó el paisaje de la vereda con sus montañas, sus casas, sus camiones y su vía al llano. Otra, creó un jardín de frutas con fresas, peras, zanahorias, curúbas, pitallas y nos demostró la diversidad de frutos que en sus casas se dan o se cultivaban. La última creó un collage de hierbas y arbustos que se encontraban con facilidad en la vereda. La sorpresa no fue la cantidad de especies que se podían encontrar en tan solo unos metros de espacio, sino la capacidad con la que algunos jóvenes reconocían, nombraban y nos enseñaban la importancia de cada una de ellas. Oscar, un joven de 18 años, nos nombraba con presteza la obra hecha de flores de caléndula, hojas de tomate de árbol, ruda, cilantro, tijicó, esparto, y diente de león. Al preguntarle cómo había aprendido a reconocer cada cosa, nos respondió que era fácil porque “como todo está a la mano de uno, uno lo conoce”.
Al final del día se visitó la exposición de Oro. A los niños les llamó la atención que de la mano de la lupa se dieran imágenes tan reales. Diana nos compartió su emoción diciendo que en sus 21 años nunca había visto nada tan hermoso. Además, una de las obras la conectaba con su abuela porque en su casa se sembraba esa variedad de plátano que pudo ver en detalle en el cuadro. Aquí se introdujo el tema de la barca. Se les preguntó a los niños cual creían que era el sentido de la barca y su boga. Para uno de ellos la barca era el lugar en el que el remador llevaba sus sueños. Para otros implicaba la idea de un viaje hacia algún lugar. La presencia de Pedro Ruiz en este momento hizo posible que se diera un diálogo entre el artista y este público en particular. A los niños les resultaron curiosas las imágenes lejanas de nuestra selva amazónica: la maloca, los tigres y las aves. Pedro nos compartió que se trataba de una representación de un universo indígena donde las casas tienen un sentido espiritual y cosmológico, mientras que los animales son una continuación del hombre y son quienes les otorgan a éste el permiso de cazar, pescar o cultivar. Con este ejemplo, Pedro manifestó que la idea de este proceso creativo era plasmar todo lo que ellos tienen dentro de un cuadro. El objetivo entonces era que cada quien se imaginara qué cosas, recuerdos, o sensaciones se llevarían en una barca, si partieran en un viaje hacía algún lugar lejano y quisieran mostrarle al mundo quienes son.
Con esto, al día siguiente se hizo un ejercicio a propósito de la identidad, pero a partir de un juego con especies de la fauna colombiana. La idea era que cada niño imaginara cómo sería la tarjeta de identidad de un animal en Colombia. Pero además de decir su hábitat, tipo de alimentación, peso, o edad, podían inventar su nombre, apellido, cualidades o defectos. Se buscaba reflexionar que la identidad no es solo una información vacía que se fija en una tarjeta, sino también todo el universo de significados que se construyen en la vida social de una persona, que a su vez tienen un valor práctico, político y afectivo. Con esto en mente se procedió a la realización de la obra, pidiéndole a cada niño que imaginara eso que llevaría en la barca y que representaba una parte de su vida diaria.
Al final se logró el objetivo. Los niños de la vereda La Requilina y el Uval crearon su propio Oro y nos lo enseñaron con orgullo. Fue un Oro que brilló por todas partes, en el árbol de peras que tiene Bryan en su casa, en el camión del padre de Ferney que se iba lleno de papas a Villavicencio, en las garzas que ve pasar Isabela frente a su escuela; en la cocina de leña que tiene Diana en su casa; y en la transformación del Diente de León que ha estudiado Oscar. Cada una de las obras no se podrá comprender sino a la luz de lo que significa para ellos. Pero si lo enmarcamos dentro de una realidad más amplia ese Oro no solo se torna vital para los habitantes de estas veredas campesinas, también lo es para nosotros en la ciudad, que necesitamos de sus campos verdes y aguas limpias, y sobre todo para la naturaleza, que respira a través de ellos.
El taller con los niños
Conducido por Laura Misrachi
Asistente: Paola Calderón
Fotografías: Julia Barreto
Visita a la exposición
Paticipantes
EL TALLER CON LOS NIÑOS
Los trabajos
Conociendo la Vereda
Ruta Agrotúrística la Requilina
Proyecto ejecutado por las mujeres líderes de la vereda como respuesta a la presión que ejercen los procesos de urbanización de Usme sobre el territorio rural.
El taller con las madres
Conducido por Laura Misrachi
Asistente: Paola Calderón
Fotografías: Felipe Abondano
Las vitacoras
Este taller se realizó con mujeres que son a la vez madres y líderes de la vereda La Requilina en Usme. El taller consistió en la entrega de un “kit de exploración” que contaba con un diario, un cuestionario, una lupa y unas bolsas de papel para recoger muestras. El propósito era que ellas, en su intimidad y a través de sus sentidos, redescubrieran un lugar que consideraran especial, lo registraran en sus diarios y trajeran unas muestras representativas de él. Se les pidió que describieran dicho lugar cerrando sus ojos, mencionaran el sentido más presente, lo que más les gustaba y lo que menos. Al final, se visitó la exposición, se compartió lo que cada una escribió en el diario, y los objetos recolectados se instalaron en una barca de madera como una forma simbólica de representar el viaje que emprenderían y el Oro que se llevarían con ellas.
Cada una de las mujeres habló de su propio hogar: lo que allí cultivan, las sensaciones que tienen y los tesoros que guardan. Entendimos que lo más importante que tienen estas mujeres son sus fincas, pues esta no solo les provee el sustento de su día a día –el cual ellas se encargan de mantener- sino que también representa el trabajo de toda la vida de sus padres, de quienes han heredado los conocimientos, las prácticas y el territorio que tienen actualmente. Una de ellas habló de su casa como un lugar de paz y tranquilidad, donde el sentido más presente era el oído porque allí se podían escuchar todos los sonidos de la naturaleza. Para otra en cambio, era el tacto el sentido más presente porque este lo utiliza en todos los momentos del día para labrar la tierra, para manejar los animales, y para cocinar. Y finalmente, alguien se refirió a su casa como un paraíso que debía ser apreciado con la vista porque allí se veían amapolas, arboles de frutas, y una huerta con una multiplicidad de hierbas y hortalizas. Además, se habló de las distintas formas en que ellas mejorarían su territorio. Para algunas hace falta una unión más fuerte entre la comunidad para valorar y defender el entorno rural. Para otras, hace falta mejorar los caminos y vías que en el invierno se vuelven intransitables, así como las tecnologías de comunicación.
Pero sin duda, lo que más resaltó del ejercicio fue el afecto que las mujeres manifestaron hacia estos lugares y hacia todo lo que esto representaba. Las mujeres aman su territorio, porque las conecta con sus padres, con lo que saben hacer y con lo que pueden dejarle a las generaciones futuras. Es así como vimos que la barca de Lilia llevaba la dalia que su madre sembró en su finca y una foto de su madre con esta dalia; la barca de Blanca llevaba una herradura del caballo que tuvo cuando niña, una moneda de veinte centavos que su padre le daba para tomar onces y una aguja de tejer que su madre le regaló; y la barca de Ricarcinda llevaba las espigas de la quinua que está intentando recuperar para poder alimentar a su nieto y a su familia de una forma más nutritiva.
Dice el antropólogo Arjun Appadurai que el significado que se le imprime a los objetos necesariamente deriva de las transacciones y motivaciones humanas (1986:3). Es decir, que el valor de los objetos siempre se configura dentro de un contexto cultural y una relación social. En este caso los objetos son los recuerdos del pasado que llegan al presente, pero también son los deseos y las ilusiones que tienen las mujeres hacia el futuro. Así, cada una de estas mujeres busca que estos objetos o lo que representan puedan seguir siendo valorados y utilizados por sus hijos, sus nietos y por la sociedad urbana que desconoce sus realidades y sus riquezas. Es por esta razón que lo que se torna vital no es solo la tierra, el agua, los cultivos y los animales; sino también la labor que las mujeres hacen con esto. Los frutos del campo y de la cultura campesina resultarían imposibles sin la disciplina que tienen las mujeres de levantarse cada día a las cuatro de la mañana para deshierbar un cultivo o alimentar a los animales; o la dedicación con que mantienen la tradición del tejido generación tras generación. Por esto son las mujeres campesinas las encargadas de proteger el Oro en esta zona rural de la ciudad y quienes conducen la barca de sus más vitales sueños.
Referencias
APPADURAI, Arjun. (1986). The social life of things. Commodities in cultural perspective. New York: Cambridge University Press.